No puedo parar de sentir esas punzadas en mi estómago cada vez que pienso tu boca en mi boca y tus manos en mi cuello y tu lengua bailando junto a la mía en una danza de suspiros y salivas y mis manos en tu cara sin soltarnos sin dejarnos respirar sin parar de sentirnos y apretarnos de desesperación y temperaturas corporales elevadas. Y te suelto. Y te miro. Y respiro. Y suspiro. Y te vuelvo a besar con el más precioso impulso y el más honesto ímpetu de querer sentirte dentro de mi cuerpo, punzada mariposa.
Y lo pienso, y lo recuerdo, y las punzadas... Son dulces y me dan risa. Son bruscas y me contraen el abdomen, me interrumpen el paso, me sacan del contexto, me llevan a un momento de ensueño y me traen de nuevo con una mueca simil sonrisa que incluye mordida de labio.
Estas son las mariposas, tus punzadas mariposas, que me tienen ansiosa de cruzarte de nuevo. Que cuándo te veo de nuevo. Vos y tu química mariposa, punzadas mariposas.
Y las llemas de tus dedos en mis pieles y texturas, tu boca en cualquiera de mis partes, mis gemidos en el aire, y tu miembro abriendo paso entre (lo más dulce que hay en la unión de) mis piernas. Y punzadas mariposas.
Y el placer y la punzada y el sudor y la punzada y el frenesí y la punzada y el orgasmo y la punzada. Mariposas y punzadas.
Y de nuevo, el más honesto ímpetu de querer sentirte dentro de mi cuerpo, punzada mariposa.