Una vez, estaba en un bar con una amiga y un amigo y otra gente conocida que daba vueltas por ahí. Ya eran cerca de las cuatro de la mañana y yo, aún habiendo pasado casi un año de haberlo visto y haber estado en su cama, le mandé un mensaje.
Un año. Había pasado un año de que nos veíamos en su casa y entre algunos cigarros de tabaco y otros de marihuana, entre unos mates y algunas charlas, hacíamos el amor. Un año sin que eso pasara. Un año en el que yo había hecho unos extensos y memorables viajes, y en todo ese tiempo un cambio mental, emocional y hasta diría hormonal, me había generado la necesidad de irme, de alejarme, de dejar todo ahí... Dejar todo ahí por algún motivo de todos los que me habían taladrado durante ese año.
Por algún motivo, todo lo que me había taladrado ese año, me generó la necesidad de mandarle un mensaje un año después.
Fue raro. Cuando terminé de mandar el mensaje, continué con mi cerveza y seguí charlando, como si nada pasara, como si todo hubiese pasado. Y alguien me avisó que mi celular hacía luces. Lo abrí creyendo que me encontraría con alguna respuesta. Alguna respuesta negativa, positiva. Una mandada a la mierda, quizás. O alguna forma sutil de decirme que no o incluso que sí. Pero, no. Me encontré con que estaba recibiendo una llamada. Sin dudarlo, atendí. El ruido del lugar entorpecía un poco la conversación, pero lo importante se entendió. Corté, terminé mi cerveza, saludé y me fui del bar sin dar ninguna explicación a ninguno de mis amigos que habían ido conmigo.
Entre gente que iba y gente que venía..., tumulto de juventudes que se dispersaban por la avenida principal de esta pequeña ciudad, nos encontramos, nos saludamos y nos fuimos a su casa, a su pieza, a su cama. Y entre cigarrillos de tabaco y otros de marihuana, hicimos el amor una vez más. No sé si sabiendo que sería una noche fugaz, no sé si intentando que fuera un reencuentro o si entendiendo que no sería más que una explicación corporal a mi desaparición. Terminamos en un abrazo y nos dormimos, juntos, una vez más...
Pero así como volví, me fui. Y un mes después, ya había desaparecido nuevamente de su vida. Desaparecido hasta donde las circunstancias me lo permitían.
Lo que él no sabe es que nunca perdió el tren. Sino que ese era sólo un tren de carga.
Un año. Había pasado un año de que nos veíamos en su casa y entre algunos cigarros de tabaco y otros de marihuana, entre unos mates y algunas charlas, hacíamos el amor. Un año sin que eso pasara. Un año en el que yo había hecho unos extensos y memorables viajes, y en todo ese tiempo un cambio mental, emocional y hasta diría hormonal, me había generado la necesidad de irme, de alejarme, de dejar todo ahí... Dejar todo ahí por algún motivo de todos los que me habían taladrado durante ese año.
Por algún motivo, todo lo que me había taladrado ese año, me generó la necesidad de mandarle un mensaje un año después.
Fue raro. Cuando terminé de mandar el mensaje, continué con mi cerveza y seguí charlando, como si nada pasara, como si todo hubiese pasado. Y alguien me avisó que mi celular hacía luces. Lo abrí creyendo que me encontraría con alguna respuesta. Alguna respuesta negativa, positiva. Una mandada a la mierda, quizás. O alguna forma sutil de decirme que no o incluso que sí. Pero, no. Me encontré con que estaba recibiendo una llamada. Sin dudarlo, atendí. El ruido del lugar entorpecía un poco la conversación, pero lo importante se entendió. Corté, terminé mi cerveza, saludé y me fui del bar sin dar ninguna explicación a ninguno de mis amigos que habían ido conmigo.
Entre gente que iba y gente que venía..., tumulto de juventudes que se dispersaban por la avenida principal de esta pequeña ciudad, nos encontramos, nos saludamos y nos fuimos a su casa, a su pieza, a su cama. Y entre cigarrillos de tabaco y otros de marihuana, hicimos el amor una vez más. No sé si sabiendo que sería una noche fugaz, no sé si intentando que fuera un reencuentro o si entendiendo que no sería más que una explicación corporal a mi desaparición. Terminamos en un abrazo y nos dormimos, juntos, una vez más...
Pero así como volví, me fui. Y un mes después, ya había desaparecido nuevamente de su vida. Desaparecido hasta donde las circunstancias me lo permitían.
Lo que él no sabe es que nunca perdió el tren. Sino que ese era sólo un tren de carga.