domingo, 4 de julio de 2010

Quincuagésimo porqué

En verano todo crece. Y yo nací en invierno.

Consejos para una noche de viejo verano II

Cuando el atardecer de un domingo se te presenta como para aprovecharlo, divertite.
Demorar el tiempo. Seguir el contacto.
Y nada de acordarse de aquellos paréntesis de sábado. Pero, si de todas formas ocurrirá, pensalo así: mientras vos prendías tu faso con su llama, él se apagaba en el río de ella. El otro gran polvo puede quedar intacto. Pero no te muerdas los labios. Reite, que el contexto es otro, por más que estés sentada en el mismo lugar.
Apreciá el paso de las horas, aún frenándolas.
Prestá atención a todo y a todos. No te olvides de nada. Recordá el viejo verano. Vivilo de nuevo.
Y entre tu Larry, tu Zekiel y tu más querida Ashley, sonreí.
Para el final del día, antes de morir por cansancio, pensá en lo hermoso que fue nacer ese domingo.

Consejos para una noche de viejo verano

Cuando la noche se te pesenta como para salir o no salir y la casa está vacía; contrarestalo.
Dejarse matar por una soledad. Admitir que necesitás algo.
Hay pendejos limpios y pendejos sucios. Malcrialos. Pero hasta el punto en que quizás se muestre la pérdida de la ironía, y entonces te encuentres prendiendo tu faso con su llama; o tal vez, te veas enorgullecida por algún polvo que te hayan echado. Para esta última instancia, ojalá te estés mordiendo los labios.
Seguramente, al instante, la estupidez de verte en arrepentimientos. Otro instante más y no hay tal cosa.
Saberse vivo aproxima la muerte.