domingo, 31 de enero de 2010

Extracto de viaje I, 1.ª entrega

Domingo 31 de enero de 2010

Nunca me había ocupado de mí misma de esta manera.
Sí, más de una vez "viví" sola, pero nunca tan lejos de todo.
Y tengo todo lo que necesito, entiéndase, entre otras cosas, por lo siguiente: tabaco, mate, marihuana, plata suficiente, comida, fernet, Coca, mi cámara, música y Jazmín.
Salvando las distancias, tengo la inamovible idea de que dentro de este cuerpo en realidad somos tres o cuatro personas. Lo bueno es que si con alguna de ellas no me llevo del todo bien podremos resolverlo en ese mar que ruge a mi derecha.



De a ratos pienso en muchas cosas que hacía banda no pensaba. Y de alguna manera se entremezclan con esas cosas que gobiernan el pensamiento en el presente. Una cosa me lleva a la otra y por algún motivo –asumo tendrá que ver con la marihuana– llego a sacar conclusiones sobre asuntos que nunca antes había podido concluir en los clásicos momentos de hacer foco con los ojos en determinado detalle de algún rinconcito de mi techo.
Supongo que, además, debe tener algo que ver con la libertad de recordar cada tanto que en serio estoy sola, completamente sola, y lejos de todos como para que alguien pueda interrumpir este rato de revelación.

martes, 26 de enero de 2010

De espaldas a la avenida

Me llegó un mail. Un mail que me pedía una última reunión, una última vez para verme, tocarme, sentirme y por fin decirme "chau", pero de manera memorable. Respondí accediendo. Si había algo que él se merecía era poder despedirse de la que le pareciera la mejor manera posible.
Yo no me había portado de lo mejor. En realidad, ni siquiera me había portado. No hice nada más que dejarlo sin motivo aparente. Claro que, mi abandono podría haber sido para él por algún motivo relacionado con lo mismo que a él lo alejaba de mí. Pero, no. A mí no me importaba tanto aquello, aunque a él sí. Y si bien yo hubiese podido manejarlo, supuse que él no. Entonces, me fui y mientras me iba decidí tomar una mala decisión. Una de esas que a la larga se sienten en el cuerpo, en el fondo, en la mente y en el tiempo.
Entonces, le di la opotunidad de que me dé una oportunidad.
El punto de encuentro estaba lleno de gente; gente preocupada por sus asuntos, metida en sus problemas. Gente a la que nosotros no le llamábamos la atención, aunque entre él y yo sabíamos que al vernos, el resto iba a desaparecer. Dejarían de estar ahí con sus apuros, con sus problemas, con sus asuntos. Serían ellos los que no nos llamarían la atención.
Y nos vimos de esquina a esquina. Y nos encontramos en aquella parada de colectivo pactada con anterioridad en esa conversación por mails.
No charlamos mucho. Supongo que no teníamos mucho para decir. Los dos sabíamos que sería raro charlar más de lo necesario, por lo menos en ese momento.
El viaje no fue muy largo, tampoco muy corto. Fue suficiente como para que me abrace y yo repose mi cabeza en su hombro.
Llegamos a aquella casa enorme, solitaria aquel día. Tomamos algo, hacía calor en esa época. Me mostró un piano muy lindo que estaba ahí guardado. Le pareció que seguramente me gustaría verlo y no se equivocó. Fue un lindo gesto y un hermoso piano.
Se acercó, me acercó hacia él y me besó. Me besó como si yo fuera lo más suyo en este mundo. Me besó con su brazo rodeando mi cintura, y mi mano se posó en su cuello. Me besó por un rato y después me llevó de la mano al pie de la escalera. Me dio otro beso y sin soltar mi mano subió por aquella escalera de madera. Entramos en una habitación bastante iluminada. Claro, era plena tarde de octubre. El sol se asomaba por entre las nubes grises, pero sin que se opaque su luz. Nos acomodamos, nos acostamos, nos besamos, nos acariciamos, nos desvestimos despacio pero con ansias y nos seguimos besando, por todos lados, claro está.
Y nos tocamos, y el sexo oral no se hizo esperar, y transpirábamos, y jadeábamos... Finalmente, nos unimos. Nos unimos con deseo, con placer, con bronca, con pasión. Como un beso de chau, un abrazo de adiós. Como si fuera una puteada que al instante la continúa un "te quiero". Pero sin palabras. Jamás una palabra. Y menos, una palabra de esas.
Y terminó. Todo terminó: la relación, el coito, la tarde, él y yo.
Nos dormimos por un rato. Nos enmarañamos en los brazos del otro y nos relajamos.
Se acercaba el momento en que el telón se cerraría y tendríamos que dejar de actuar como amantes. Y el fin del escenario no era la casa, ni el colectivo. El fin de eso sería la parada en la que bajaríamos. La calle ya era parte de la vida cotidiana. El puente lo cruzamos como amigos, y en la avenida nos despedimos como si uno de los dos se fuera muy lejos y por mucho tiempo.
—Cuidate mucho —me dijo—. Nos vemos.
Esa fue la segunda vez que nos despedimos. Está vez y por última vez definitivamente, hasta hoy, por lo menos.
Después de cruzar la avenida que nos separaba no volví a mirar para atrás y desaparecí ante la vista de aquel tráfico metiéndome por las calles tranquilas que nacen o terminan en ese caudal de autos y gente.
De vez en cuando charlamos un poco. Me cuenta algo de su vida y yo le cuento muy poco de la mía.
Después de haberlo dejado ahí con su abrazo, con mi perfume, con el calor de próximo verano y con la frescura de habernos hundido en el otro durante horas; me fui a la casa de esa persona a la que yo le había permitido ponerme un título, por más que no mereciera ni siquiera titularme. Llegué, lo saludé con un beso simple y seco en los labios. Y con toda la naturalidad que pude, le conté un día que en realidad no había vivido y que tampoco contenía las mismas sensaciones y pasiones que el que en realidad había ocurrido.
Esa fue la primera vez que supe que en realidad esa relación no me importaba como debería importarme. Y ese fue el punto de quiebre en toda la historieta que vino después.
Ciertamente y para finalizar, yo seguí siendo el tren de carga. Él todavía no lo sabe. Y quizás, algún día, me vuelva a ver pasar.

lunes, 25 de enero de 2010

Un año después

Una vez, estaba en un bar con una amiga y un amigo y otra gente conocida que daba vueltas por ahí. Ya eran cerca de las cuatro de la mañana y yo, aún habiendo pasado casi un año de haberlo visto y haber estado en su cama, le mandé un mensaje.
Un año. Había pasado un año de que nos veíamos en su casa y entre algunos cigarros de tabaco y otros de marihuana, entre unos mates y algunas charlas, hacíamos el amor. Un año sin que eso pasara. Un año en el que yo había hecho unos extensos y memorables viajes, y en todo ese tiempo un cambio mental, emocional y hasta diría hormonal, me había generado la necesidad de irme, de alejarme, de dejar todo ahí... Dejar todo ahí por algún motivo de todos los que me habían taladrado durante ese año.
Por algún motivo, todo lo que me había taladrado ese año, me generó la necesidad de mandarle un mensaje un año después.
Fue raro. Cuando terminé de mandar el mensaje, continué con mi cerveza y seguí charlando, como si nada pasara, como si todo hubiese pasado. Y alguien me avisó que mi celular hacía luces. Lo abrí creyendo que me encontraría con alguna respuesta. Alguna respuesta negativa, positiva. Una mandada a la mierda, quizás. O alguna forma sutil de decirme que no o incluso que sí. Pero, no. Me encontré con que estaba recibiendo una llamada. Sin dudarlo, atendí. El ruido del lugar entorpecía un poco la conversación, pero lo importante se entendió. Corté, terminé mi cerveza, saludé y me fui del bar sin dar ninguna explicación a ninguno de mis amigos que habían ido conmigo.
Entre gente que iba y gente que venía..., tumulto de juventudes que se dispersaban por la avenida principal de esta pequeña ciudad, nos encontramos, nos saludamos y nos fuimos a su casa, a su pieza, a su cama. Y entre cigarrillos de tabaco y otros de marihuana, hicimos el amor una vez más. No sé si sabiendo que sería una noche fugaz, no sé si intentando que fuera un reencuentro o si entendiendo que no sería más que una explicación corporal a mi desaparición. Terminamos en un abrazo y nos dormimos, juntos, una vez más...
Pero así como volví, me fui. Y un mes después, ya había desaparecido nuevamente de su vida. Desaparecido hasta donde las circunstancias me lo permitían.
Lo que él no sabe es que nunca perdió el tren. Sino que ese era sólo un tren de carga.

viernes, 22 de enero de 2010

Recurrente...

La cantidad de cosas que se pueden hacer con esa forma de pensar, de pensarse y de expresarse. Cosas lindas, raras, hermosas, vulgares, sucias, divertidas. Con pasión, con ganas, con placer. Por placer. Sólo por placer.
¡Cuántas cosas!
Cosas que poco y nada tienen que ver conmigo o con ellos. Y son suyas. Cosas que, como ideas, tienen más de dieciocho años. Como si viniera de otra época. Como si no perteneciera a esto, a hoy, a nada. Y no es de acá. No es de ahora. Claramente, no lo es.
Es nuevo, es clásico, es un viejo conocido con el que nunca había hablado y al que nunca había visto. Nunca antes me había cruzado con semejante inolvidable.
A veces me mira y entiendo que me quiere ahí. A veces me habla y sé que lo hace sin querer y queriendo. ¿Ese es él o soy yo?
Y es lírico, lleva poesía en toda esa simple forma de ser. Es poético y hasta elegíaco. ¡Cuántas cosas se podrían hacer!
Y si viene, y si me mira con esas manos, y si me habla con esos ojos, y...
Cómo negarse a hacer todas esas cosas, cosas lindas, raras, hermosas, vulgares, sucias y divertidas.